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miércoles, 12 de septiembre de 2012
Borntodie.
Entonces cojo su mano, la aprieto y empezamos a correr calle abajo. Rápidos, ligeros y sobretodo libres. Solo abrimos los ojos para asegurarnos de no pillar a nadie y para mirarnos. Pero no es solo mirarnos. Es mirarnos viendonos. Sintiendo los sentimientos del otro. Pensando los pensamientos del otro. Porque no importa lo lejos que vayamos a estar después, o si las cosas van bien o mal. No. Lo que importa es correr calle abajo y no tropezar. Somos él y yo. Y en el instante en que tenemos que parar porque la risa y el cansancio nos ahoga es cuando me doy cuenta de que la presión en el pecho no se debe a la carrera, si no a que nunca he querido tanto a nadie. Y tengo miedo, pero estoy contenta. Y tengo ganas de llorar y de gritar de pura alegría. Así que me planto delante suya, más cerca aun de lo que ya estábamos y lo beso. Como solo se puede besar cuando tienes 18 años con locura y sinceridad. Con pasión y complicación. Con amor y odio.
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