Y luego estoy yo. Con el corazón en la garganta, esperando tropezarme con tus hoyuelos al doblar la próxima esquina. Estás más guapo cuando eres feliz. Cuando sonríes, hay hormigas revoltosas en mis pies. Pero yo no lo sabía. Estabas tan cerca que nunca te había visto. Igual que no sabía que el frío de Madrid no es cosa del invierno, sino de ti.
Entonces por la radio anuncian que se acerca una tormenta. Una de las gordas. Con avalancha de nieve incluida. Con distancia, también. Sálvese quien pueda. Pero nadie está a salvo de los aguaceros si donde llueve es en el corazón. Y en el mío, diluvia. Porque el año termina mientras imagino cuántos lunares hay en tu espalda. Y eso no estaba en mis planes. En los tuyos, supongo, tampoco.
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